domingo, 13 de septiembre de 2009

Empatía por el débil




Frecuentemente no puedo concentrarme, y debo repasar varias veces las líneas y los versos, es frustrante. Como el músico que interrumpe y reinicia la ejecución de un tema hasta que se desenrolla como un trompo y baila. Me enfado un poco conmigo y pienso en el déficit de atención tan comentado, fomentado por la velocidad de la información, la ansiedad, el zapping, los hipervínculos, la cultura de la imagen y demás maravillas modernas. Lo atribuyo en menor medida a ciertos hábitos personales, nada de qué preocuparse.
Bueno, vuelvo al inicio del poema y cinco palabras más tarde ya estoy pensando de nuevo en la pandemia que me tiene estresada aunque evite pensar en ella. Pero he devorado noticieros en el desayuno y en el lonche y seguí las actualizaciones en Internet porque adornaban cada portal. Además me llegan los mails que probablemente hemos recibido todos, incluyendo una invitación a escuchar la “Cumbia de la influenza”.
Como instantáneamente me descubro en los zapatos de muchísimas personas incubo una angustia lejana y principalmente mexicana. Para aliviar la carga me pruebo un calzado menos apretado: el de los niños que están felices por perder clases, o los patines de María Daniela que seguro ha montado un baile de mascarillas cierra puertas con paletas dulces, bebidas y chavos muy padres. Y en lugar de estar en mi lugar o en el de los que la pasan mal quiero ponerme en la cabeza reconfortante de Jorge Pimentel en Ave Soul. Prefiero estar en ese papel. Pero no porque sea mi refugio. Le prometí a Luis que nunca cometería la cursilería de definirla así. Pienso más bien que la poesía es como sentarte a ver la televisión apagada y reflejarte en ella.


publicado el martes 5 de mayo de 2009 en perú21

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